Un profesor de la Facultad, que se confiesa usuario compulsivo de la biblioteca, nos envía esta colaboración para empezar el año:
Querido lector, navegante como yo por las intrincadas redes y atajos virtuales, detente un poco y reflexiona si te apetecería…COMERTE UN LIBRO. Ya sé que suena raro, pero el esfuerzo merece la pena o, al menos, eso pienso yo. Dame la mano y recorre conmigo una parte de tu ciber-camino; no te preocupes: seré breve y los recortes picudos de las páginas no te harán daño en la digestión.
Es una realidad constatable que en los últimos años se ha producido una revolución en el mundo de la cultura, apoyada en conceptos como globalización, internacionalización y la mediación facilitadora de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC’s). El resultado global ha sido una democratización del acceso a determinados materiales documentales, compartidos por personas individuales, pero también favorecido por procesos de digitalización masivos, auspiciados por fundaciones privadas y Administraciones Públicas, a través de los cuales se han puesto en la red no pocos libros modernos y antiguos.
En este nuevo contexto, el concepto tradicional de libro en tanto depositario de informaciones, visualizable, clasificable y poseído en términos de patrimonio personal, familiar o administrativo, va dejando hueco a otro más amplio y gaseoso, que cuestiona la autoría única facilitando los procesos de elaboración participativos, la propiedad y los mecanismos de difusión tradicionales. De esta manera, nuevas metáforas, más apropiadas para el momento presente, nos sirven para definir la nueva realidad en que se encuentra la cultura y, entre ellas, aparecen algunas de gran potencia conceptual como “cultura difusa”, “cultura en red” o la que nos habla de “libros líquidos”.
Esta claro que el entorno de la cultura, como la sociedad, cambia rápidamente, en una espiral de innovaciones técnicas y lógicas, pero no siempre nosotros, como personas individuales, en nuestra soledad interior, estamos preparados para dar la respuesta adecuada. En efecto, de poco sirve la democratización del acceso a los libros, si no somos capaces de generar capacidades de análisis, comprensión, crítica y trabajo acordes con los tiempos y las posibilidades de las nuevas plataformas por las que circula la cultura.
Perdidos en el tráfago de informaciones que nos invade a diario, leyendo transversalmente en pantalla y desechando constantemente multitud de documentos, citas, presentaciones y obras virtuales, al final nuestra lectura se fragmenta en diversos contenidos, muy distintos entre sí, por los que la vista pasa de puntillas, y en que nosotros, los lectores, nos convertimos en personas funcionalmente orientadas que navegan en un mar de dudas armonizadas con una sensación del caos y vértigo. La lectura ha devenido, en muchos casos, un acto desarticulado, desarraigado, confuso y de mero consumo.
Como contraste, querido lector, nuestro vasco universal, Miguel de Unamuno, que no llegó a conocer el alcance de la revolución en que nos sumimos, pero que sí participó en la universalización de la cultura de su época, con los recursos del momento, abogaba por aproximarse a la lectura individualmente, buscando en ella, con independencia de lo que escribiera el autor, aquello que nos hace arder en vida; leer no como quien consume, sino como quien busca alimentar su espíritu. Y en esa lógica, nos invita a comernos los libros, digiriéndolos lentamente, con delectación, para después transformarlos en carne de nuestro espíritu (véase el comentario de Unamuno al retrato que le hace Jean Cassou en cualquiera de las ediciones de la obra de aquel titulada Cómo se hace una novela).
Cuán lejanas quedan esas indicaciones en esta época, pero que necesarias son. Por eso, a ti que lees estas líneas, acaso pensando que ya le has dedicado demasiado tiempo de acuerdo con tu agenda de lectura virtual, yo también quiero invitarte a que te comas un libro, el que quieras, si es de literatura mejor, buscando en él alimento para tu “yo” más íntimo. A fin de cuenta nada pierdes, pues se trata de un ejercicio digestivo, que no engorda y barato… y, en último extremo, ¿qué mejor manera de empezar este año?
Jorge Crespo González
Invitamos a todos a degustar un suculento libro de Unamuno.
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