jueves, 1 de mayo de 2008

Las puertas del campo



Una biblioteca es un espacio reducido, y los bibliotecarios seguimos trabajando principalmente con información en soportes tradicionales, que ocupan un lugar y cuestan dinero. Los recursos son limitados, y esto supone que el mundo mundial no quepa en la biblioteca. La realidad es compleja, variada y multiforme, y aunque sólo sea por razones prácticas, debemos seleccionarla.

A esto se une que estemos en una biblioteca universitaria; nos debemos a la institución y a sus fines docentes y científicos. Pero, además de gestionar la bibliografía necesaria para la actividad universitaria, se suele dejar en manos del bibliotecario la tarea de mantener al día una colección básica sobre la materia. Debe velar también por que la colección sea coherente, que no crezca demasiado en unos temas en detrimento de otros, y en suma, mantener un legado que vaya pasando a generaciones futuras, que refleje el desarrollo de la disciplina, y permita el estudio histórico de ésta.

A todo esto añadimos, que la biblioteca universitaria es, como la institución a la que sirve, un servicio público, inserto en una comunidad que excede el ámbito académico.

La tarea del bibliotecario no es baladí. La comunidad a la que sirve debería reconocer su valor, pero también exigirle, como a cualquier otro profesional, unas normas de conducta y las aptitudes adecuadas para llevar a cabo su tarea.

En algunas disciplinas casi cualquier tema puede ser objeto de estudio, y a veces es muy difícil separar el heno de la paja; lo que es un tema pasajero de lo relevante.

Respecto a creencias, valores y tendencias políticas la cuestión se complica aún más. Habría que ofrecer una visión plural de la sociedad, y por supuesto dejar a un lado nuestras inclinaciones personales.

Incluir en una colección obras que atenten contra los derechos humanos, o los valores básicos de la convivencia, sólo debería ser lícito si se van a usar como objeto de estudio, pero no tendrían que adquirirse de forma indiscriminada, ni exhibirse demasiado.

No se trata de volver a la censura, ni de crear “infiernos”, y para evitar polémicas en las que se pudiera caer en casos dudosos, no vendría nada mal contar con un código ético de la profesión, y sobre todo, valorar en los procesos de selección de personal una aptitud tolerante, adecuada para dar servicio a una sociedad democrática como la nuestra.


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