Me he vuelto a poner el gabán de flâner para vagar, no por los escaparates de París, sino por citas, textos, referencias, libros...
Esta vez he encontrado un pequeño texto de Roland Barthes: La mort de l'auteur.
En el momento en que algo es contado sin una finalidad determinada, sólo como mero ejercicio o entretenimiento, por el simple placer de contar, la voz pierde su origen, y podemos decir que el autor empieza a morir. En las sociedades antiguas, el que cuenta las historias es un mediador, un chamán. De él se admira su habilidad como contador de historias, pero nunca su genio.
El autor, personaje creado en la modernidad, hijo del empirismo inglés, del racionalismo francés, de la fe personal de la Reforma, empieza a mostrar signos de debilidad en el siglo XIX.
Según Mallarmé, es el lenguaje es el que habla por sí mismo, y así, su poética consistirá en suprimir al autor en beneficio de la escritura. Valéry también habla de la naturaleza lingüística y azarosa de la actividad del autor, y reivindica la condición esencialmente verbal de la literatura.
Si siempre hemos pensado que el autor existía antes del libro, a la manera de un padre, ahora decimos que el escritor se hace a la vez que el texto, y su relación con él es la de un sujeto del que el libro es el predicado. Sólo existe el tiempo de la enunciación, y todo texto se escribe aquí y ahora
Un texto es un espacio de múltiples dimensiones, un tejido de referencias culturales que se entrecruzan. Si le atribuimos un autor, eso supondría cerrar la escritura.
El verdadero lugar donde la multiplicidad de lo escrito se une es en el lector. Sólo él hace posible que citas y referencias converjan en la escritura.
Y así el autor, paga con su muerte el nacimiento del lector. Cuentan que Telemann compuso tantas obras, que legó un momento en que no las reconocía.
La mort de l'auteur está incluído en el libro: Le Bruissemant de la langue
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