La Barcelona perfecta, y de escaparate, con sus edificios de diseño premiados internacionalmente, oculta, si no anula el pálpito de la vida de la ciudad.
Esta vida latía en los mercados, que los antiguos humanistas representaban como su vientre de la ciudad:
“Los productos frescos, y hasta vivos, que abundan en el mercado lo convierten en una suerte de extraña vivisección de este animal al parecer liso y brillante, minimalista y bien diseñado que es la ciudad”
Pero también en las antiguas casas destruidas, cuyas fachadas se conservan como caparazones de crustáceos muertos “vaciados de esa carne y esos jugos de que está hecha, al fin y al cabo, la vida”.
Y por último, en las increíbles huellas dejadas en algunos umbrales de las casas de las Ramblas por el repiqueteo de los tacones de las prostitutas: “son huellas producidas por el peso de un cuerpo absolutamente real, que tirita de frío y que tiembla de los nervios de la espera”.
Y así “En una ciudad oficialmente higiénica como la nuestra, turística, minimal (....) volvemos ahora a imaginar la Rambla como gran río, torrentera, cloaca, jirón de prostituta, gran avenida, descubriendo de repente, aún, esas huellas, uno de los últimos monumentos vivos de Barcelona y uno de los pocos que podemos amar y admirar”
Destrucción de Barcelona ; Precedido de Un Equívoco ; y seguido de Se calienta el mármol / Juan José Lahuerta ; Con fotografías de Eva Serrats
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