lunes, 7 de julio de 2008

Experiencia


Ahora en verano es buen momento para aminorar la marcha, dejar entrar el viento por la ventanilla, y fijarnos en todo lo que pasa a nuestro alrededor.

Dice Agamben que la jornada del hombre contemporáneo, ya casi no contiene nada que se pueda llamar experiencia:

ni la lectura del diario, tan rica en noticias que lo contemplan desde una insalvable lejanía, ni los minutos pasados al volante de un auto en un embotellamiento; tampoco el viaje a los infiernos de los trenes subterráneos...El hombre moderno vuelve a la noche a su casa extenuado por un fárrago de acontecimientos – divertidos o tediosos, insólitos o comunes, atroces o placenteros- sin que ninguno de ellos se haya convertido en experiencia

Para convertir lo que nos pasa en experiencias, tenemos que vivirlo de una forma especial; poner unas gotas personales en los acontecimientos para que nos comuniquen algo. De lo contrario, nuestra pequeña existencia cotidiana puede hacerse insoportable.

Todo lo que nos pasa nos llega a través del lenguaje. Es imposible imaginar una situación que nos afecte en la que no nos vivamos como sujeto lingüístico. Pero nuestro lenguaje no es como el que utilizan otros seres en la naturaleza: grillos, delfines, ballenas.... Cuando hablamos emitimos o entendemos mensajes, y ¿Cómo encontrar en el río de los mensajes, el brillo de la experiencia-pepita de oro?

Según Agamben, habría que situarse en un estado previo a la experiencia del lenguaje: un momento mudo que identifica con la infancia. Una infancia permanente, que nos sitúe en el borde del significado de las cosas, siempre junto al umbral del lenguaje. Como eternos aprendices, contentos de estrenar experiencias nuevas.


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