Dentro del dossier que la revista Educación y Biblioteca dedica a la lectura y la universidad, hay un artículo de Javier García García, titulado: La misión cultural de la biblioteca universitaria.
Además de un centro de recursos donde la información esté disponible para toda la comunidad, las bibliotecas universitarias tienen, junto con las públicas, un deber social que cumplir: la difusión de la cultura y de los valores democráticos en un mundo dominado por el mercantilismo.
Pero para afrontar esta tarea, es importante tener claro qué se entiende por cultura. Javier García reconoce que la universidad carece hoy del monopolio cultural al que aspiraba en el pasado.
La sociedad es consciente de esto como lo eran los universitarios que en los años 60 demandaban el acercamiento de la universidad a lo que sucede en la calle.
En la deliciosa película Buda explotó por vergüenza, una niña afgana sueña con ir al colegio. La pobre lo tiene tan difícil, que cuando al final lo consigue reconoce, con toda su ingenuidad, que ha aprendido mucho, pero no en la escuela.
Desde el mundo empresarial comenzaron a valorarse los conocimientos adquiridos por la experiencia, y esta tendencia ha ido extendiéndose a otros ámbitos. Las cosas se aprenden mejor cuando entran a formar parte del engranaje de nuestra vida, y sabemos para qué sirven.
Según el artículo, la universidad debería formar sujetos con una visión de conjunto cimentada en conocimientos, y con el suficiente sentido crítico para orientarse en el mundo moderno. La biblioteca debe apoyar esta tarea. Estamos de acuerdo.
Pero la biblioteca puede además potenciar su faceta como lugar donde adquirir conocimientos informales, unidos directamente a la experiencia y a los intereses de las personas. Conocimientos vivos, fruto de la interrelación del sujeto con la realidad.
